No me dijeron nada cuando estaba en un rincón, sentado, inmóvil y sin hacer ruído. Entonces incluso me sentía mal cuando, por el cansancio, bostezaba o hacía crujir los huesos de mi espalda. Creía que el mundo se pararía y todo iría a peor si yo hacía cualquier cosa que pudiera distraer a mis observadores, mis espías, mis dioses. ¿Quién o qué era yo? No más que un insignificante ser que por error había caído en un lugar que no me correspondía. Por mala fortuna para ellos, un día, exhausto por el dolor en mis músculos, decidí ponerme en pie. No pasó nada, aunque yo notaba más actividad durante aquellos días. Disimuladamente observaba el techo, aquel mugriento espejo de la pared y los otros tres rincones de la habitación. Nada parecía extraño, llevaban ahí desde el primer día, y no habían cambiado. Una semana más tarde me aventuré a dar un paso hacia adelante. Tres días mas tarde fui capaz de llegar hasta la pared de enfrente; apoyado en la pared de mi derecha fuí arrastrándome lentamente hasta el otro rincón, y allí apresuradamente me senté. El espejo ya no estaba en frente, ahora lo tenía a mi derecha. En este rincón pasé casi un mes, no sabría decirlo con exactitud. Luego, volví a levantarme y a gatas me fuí acercando al rincón que tenía enfrente. Pero, para mi sorpresa, cuando estaba a punto de llegar descubrí otro cuerpo tirado en ese rincón. Se me congeló la sangre, me quedé totalmente paralizado. Sus ojos brillaban intensamente y miraban fijamente a los míos. Creo, que los dos estábamos aterrados. Aún así, antes de pasr el día llegamos a tocarnos, nos exploramos palmo a palmo y con la mirada coincidimos que éramos lo mismo, o al menos, muy parecidos. Tardamos menos de una semana en salir de la habitación, matar a nuestros carceleros y quemar el edificio. Ahora alguien clama justícia. Antes, nadie nos había dicho nada.
todo es empezar
Labels: fuego y sangre
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