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Escuchábamos, muertos de envidia, los relatos de moriscos, aventureros y cautivos por tierras del Turco. Allí gozaban todos de libertad sin traba: las mujeres del harén se recreaban y daban contento entre sí o recurrían a la pericia y arte de los castrados; los del ojo trasero servían a los jenízaros más bragados y eran servidos por ellos. La descripción del capitán Caracucha y otros jayanes embadurnados de aceite, bien trabados de miembros y fornidos de espaldas, nos arrebataba a un mundo más arriscado y bello, lejos de la maldad e inquina de nuestros predios mezquinos. La pintura de sus nudosos brazos y robustos pechos, del fulgor de sus ojos encendidos de fuego, avivaba la llama e imantación del deleite prohibido. Asidos como por fortísimas tenazas, nos decía el morisco, se tentaban las fuerzas unos a otros, arrastrándose unas veces atrás, otras adelante y otras alrededor, como toros azuzados por rabiosos celos. Pero aquel paraíso de luz y regalo del ojo nos era vedado: nuestros sueños de evasión se desvanecían en humo, pura entelequia o quimera.

Juan Goytisolo
Carajicomedia

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