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cuando no hay viento

Me despierto aturdido, mareado. Desconcertado descubro que estoy en una habitación algo oscura. Sólo veo relojes de arena por todas partes. Los examino, los hay que tienen las bases de madera, otros de plástico y algunos de mármol; los vidrios también son de lo más variopinto. La arena parece toda la misma, blanca y suave. Me pierdo al mirarla. Me imagino en tierras exóticas con el sol sólo para mí. Sin oasis, no quiero un oasis. Siento como me rebozo en esa harina desértica, con su tacto suave y cálido. Me dejo caer entre las dunas, cierro los ojos, sé que no hay piedras, ni árboles, ni nada que me pueda hacer daño. Cuentan historias de tierras movedizas, de tormentas de arena que se forman en pocos minutos, de muertos que quisieron conquistar estas tierras. Yo sigo disfrutando, nada me puede quitar esta sensación de bienestar. Sí, tal vez alguien entre en la habitación y quiera romper los relojes para llevarse la arena. Pero se llevaran eso, arena, tierra hecha polvo. Nada comparado con el terciopelo ardiente que existe. Hay quien no entiende que el vidrio hace que la humedad no se entremezcle con la arena y la aglutine. Yo aún estoy aturdido, mareado. Sólo pienso en el sol que me reservan los relojes.

Xavier
el relojero y los sueños

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