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Regálame una rosa

Busco entre los cajones de la cocina algo que me haga recordar. Sólo encuentro migajas de pan, trapos y cubiertos. Tengo la sensación que estoy cerca. Abro la nevera, hay leche caducada, unos huevos que no me atrevería a comer y una lata de atún a medias; además de los restos de comida enganchados en las estanterías. El frigorífico no soy capaz de abrirlo, tal vez esté demasiado congelado, he roto un poco el tirador. Me siento en el taburete, reclinado contra la pared y mirando hacia el fregadero. El fluorescente le da un toque bastante frío al lugar. Intento recordar. No entiendo nada, no estoy muy seguro de que es lo que hago, pero tengo que encontrar las respuestas, sé que están aquí. Observo con atención los fogones, el pasamano del horno, las manchas de grasa de la campana, pero nada, no obtengo nada. Por la cabeza me pasa la idea de rendirme, de dejarlo pasar; no me da la gana. Con decisión me levanto, abro los armarios y rebusco entre las latas de conserva y paquetes de pasta y arroz. Ahí está, entre los paquetes un pétalo de rosa seco. De repente, una imagen nítida aparece en mi cabeza, eres tú, sé quien eres pero no acabo de reconocerte. Sé que he dado un paso, pero no sé bien hacía donde. Cerca del pétalo hay una hormiga saliendo de un paquete de azúcar. ¿Qué hago en esta cocina? Mi paladar sabe dulce, se me nubla la vista. Creo que he perdido el equilibrio, imagino que debo estar tendido en el suelo, oigo voces a lo lejos. Tengo frío. Sé que aún estoy ahí, o aquí, vamos, en algún sitio. Sé que existo pero no podría decir ni cómo ni cuando. Noto algo sobre mi cabeza, espero que sea algo bueno, estoy a su merced. ¿Cómo saberlo? Yo sigo aquí, a mi parecer, estirado sobre las baldosas de la cocina.

Xavier
roncando despierto

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