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de cielos incendiarios

Al caer la tarde el sol poco a poco se va escondiendo tras las ruinas de los edificios. Es la llegada de las sombras lo que despierta a la criatura. Los aldeanos se han acostumbrado a ofrecerle cada principio de semana un sacrificio humano. La criatura parece que así consigue controlar sus impulsos; aunque a veces, sale de su guarida sin previo aviso para arrasar con cuanto se topa a su paso. Los aldeanos, resignados a vivir de esta manera, cada vez que la criatura destroza algo ellos lo reparan. Pueden pasar varios días reconstruyendo casas y calles, ellos se han acostumbrado a eso. Yo llegué a esta ciudad hace unos meses, ya había oído hablar de la criatura y de los sacrificios de los aldeanos. Ciertamente jamás había dado mucho crédito a estos rumores de cantina. Pero hará un par de semanas fui testigo de un ataque de ira de la criatura. No era muy tarde, me atrevería a decir que incluso aún había claridad. Vi como algo enorme salía de entre unos edificios, de sus narices salía un aire que quemaba; la criatura tenía mucho de temible, pero al mismo tiempo encerraba algo hermoso que no sabría explicar que es. He matado muchos dragones, me dedico a esto. Pero esta criatura no era eso, era algo que yo no conocía. Al ojo inexperto le podría haber parecido uno, o de la familia, pero no, no era un dragón. Sus movimientos eran inquietos, como si fuera un lobo, se movía de lado a lado, intentaba rodearme para buscar mi punto flaco. La criatura se sabía amenazada. Yo estaba plantado ante aquello con mi lanza preparada, en posición defensiva. Aquella situación no me gustaba, si fuera un dragón, ya estaría su sangre bañando las calles. Me imaginé un combate largo, duro. Cambié a posición de ataque, cogí carrerilla y trepé por su cuerpo hasta llegar a la altura de sus ojos. Dirigí mi lanza hacia el entrecejo de la criatura y de manera incomprensible paré. Ni llegué a rozar su piel con la lanza, seguramente que tal vez ni amagué un ataque. Lo que sé es que la criatura me miró como esperando una explicación. Me senté en su nariz y partí la lanza por la mitad, hablamos largo rato sin decirnos nada. Después, tal como había subido hasta su cabeza, bajé y nos despedimos. No hacía falta nada más, todo estaba claro. La criatura parecía haber encontrado su verdadera naturaleza, no volvería a matar ni a destrozar. Sin embargo, algunos aldeanos siguen cada principio de semana ofreciéndole un sacrificio humano. Lo que al principio era una comodidad para la criatura, se ha convertido desde entonces en un dilema.

Xavier
dragones y mazmorras

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